—Ahora vas a sumar una oveja rosa a tu lista de entrevistados —me dice de sí mismo, y ríe una vez más, mientras prepara un café. Conversamos en la sala de una casita de clase media en el sur de la ciudad, residencia de una pareja gay que hospedó unos días a Alison, durante una visita a México, invitado por la Universidad Iberoamericana para participar en un coloquio sobre la violencia contemporánea a la luz del pensamiento de René Girard, filósofo francés que propuso la teoría mimética, según la cual nuestros deseos como seres humanos se basan en la imitación de los deseos del resto de los integrantes de nuestra comunidad.
Girard añade que la violencia y el conflicto tienen su origen también en la imitación del deseo de dominación. Los seres humanos, continúa esta teoría, han contenido la violencia a través del mecanismo del chivo expiatorio, de la noción del otro, el maléfico, el que es distinto y puede ser culpado de nuestros problemas y así hemos formado comunidades por contraste entre buenos y malos y la noción dentro-fuera. De esta escuela de pensamiento participa James Alison.
Veo sonreír a James Alison, este sacerdote británico que aparenta unos 40 años de edad —en realidad tiene 52— y pienso en el largo camino de rupturas, pérdidas y hostigamientos que recorrió antes de acostumbrarse a burlarse de sí mismo y de la institución eclesial a la que pertenece. Hoy es uno de los teólogos más respetados en el mundo católico disidente —sus libros han sido traducidos a seis idiomas— pero la suya es una historia de conversiones, rebeliones y reinvenciones: criado en la línea más conservadora de la Iglesia anglicana, se convirtió al catolicismo; se asumió homosexual desde que entró como novicio con la Orden de Predicadores y ahora se aboca a la creación de una teología gay, que postula una fe más allá del resentimiento, y que se ha convertido en la principal orientación teológica para grupos dehomosexuales católicos en diversos países, incluido México.
James Alison es un conferencista trotamundos. El resto del año visitará universidades en Holanda, Colombia, Francia y los Estados Unidos. Es conocido en los auditorios de la Universidad de California en Berkeley, la Javeriana de Bogotá y la Universidad de Valencia. Considerado un profesor y conferencista de renombre en círculos ecuménicos y de minorías sexuales en seis países, es, como dice la Universidad Iberoamericana en la presentación de su ponencia, "autor de una obra de gran originalidad que ha renovado la antropología teológica en clave girardiana".
Su primer libro, Conocer a Jesús (1994), fue prologado con enorme entusiasmo por Rowan Williams, ahora arzobispo de Canterbury y cabeza de la Iglesia de Inglaterra, quien escribió: "Es la presentación más imaginativa y lúcida de una teología de la redención que he leído en los últimos años".
El enamorado
Este hombre fornido de un metro noventa de estatura nació en Londres en 1959, en una familia de la línea dura del anglicanismo. Su padre, Michael Alison, fue miembro del parlamento británico durante treinta y tres años y, durante una década, ocupó el puesto de parliamentary private secretary de la primera ministra Margaret Tatcher —el diputado que debía acompañar a la Dama de Hierro en todo momento dentro la Cámara de los Comunes—. Michael se hizo célebre como líder del sector conservador de la Iglesia de Inglaterra, y promovió a los evangelistas más radicales de los Estados Unidos, como Billy Graham y Charles Colson.
Su hijo James Alison, cuando apenas tenía doce años, se enamoró de un muchachito católico y heterosexual. James encontró una forma decristianismo distinta a la que había conocido en su casa a través a través de aquel niño. "Asocié su calidez a su catolicismo… Suena extraño, porque la gente piensa que la Iglesia católica es lo más homofóbico que hay, pero si lo contrastas con el mundo evangélico de línea dura, la Iglesia católica es de una flexibilidad y holgura muy grande", me dice.
A los 18 años de edad dio los dos pasos más largos de su vida: se convirtió al catolicismo y salió del clóset. "Con mi papá nunca conseguí reponer las cosas. Se flexibilizó un poquito después de retirarse de la política, pero aquella mentalidad evangélica es bastante inflexible y la inflexibilidad es señal de fragilidad también. No sé qué fue más difícil para él, si hacerme católico o asumirme gay, y le cayeron las dos cosas al mismo tiempo. Él lo consideraba como cierta forma de traición, como si lo hubiera hecho deliberadamente para chingarlo", recuerda ahora el teólogo de la liberación gay.
Estudiante de español e historia en la universidad de Oxford, James Alison se sentía asfixiado en su país. Se inscribió en un programa de intercambio y a los 21 años llegó a México. Durante un año fue asistente de profesor en la Escuela Normal Superior, ubicada en la Ribera de San Cosme, en donde enseñaba inglés a los futuros maestros de lengua extranjera de nivel secundaria. El centro histórico de la Ciudad de México se convirtió en su barrio adoptivo y así conoció a los monjes dominicos del templo de Santo Domingo.
Atenazado por las dudas de fe y su salida del clóset, Alison atendió el llamado del padre Daniel Ulloa y se enroló en el postulantado de los dominicos mexicanos. Luego entró como novicio al convento de Aguaviva, Estado de México, el 28 de agosto de 1982. El maestro de novicios era un sacerdote joven pero ya de cabello plateado, recién graduado de teología en Bolonia: fray Raúl Vera López, hoy obispo de Saltillo.
Alison nunca ocultó su homosexualidad. En 1982, cuando entró al noviciado dominico, Juan Pablo II tenía apenas tres años como pontífice. La ola neoconservadora que imprimió el papa polaco a la Iglesia católica era aún incipiente y con tal de que guardara discreción su preferencia sexoafectiva no se consideraba un problema. James Alison regresó a Oxford a hacer los estudios sacerdotales de filosofía, y después su congregación lo envió a Brasil a estudiar teología, en donde se doctoró. Y aunque lo ordenó sacerdote el obispo de Portsmouth, Inglaterra, Crispian Hollis, regresó a Brasil a estudiar un doctorado y se dedicó a acompañar enfermos de sida, en la época en la que no existían aún antirretrovirales y 80% de los enfermos fallecían, en promedio, cinco meses después de que fueran diagnosticados.
Para entonces la intolerancia respecto a la homosexualidad era ya norma en la institución eclesial. Dice Alison: "lo que más sacude en el mundo eclesiástico no es el hecho gay sino la honestidad respecto a eso. [Al no ocultar mi homosexualidad] causé mucha ira por no ser chantajeable. Una vez que no tienes nada que perder no eres chantajeable y ahí sales del juego".
Según las estadísticas, en la sociedad hay un tres o cuatro por ciento depersonas atraídas por su mismo sexo. En la Iglesia, dice, el número es cualitativamente mayor, pero es imposible saberlo con precisión porque los obispos son los primeros interesados en que esas cifras se mantengan ocultas. Alison sostiene que existen tres tipos de clérigos: los heterosexuales, que por lo general no se preocupan —a veces ni se enteran— de quién es gay y quién no al interior de la Iglesia; los "hipócritas blandos", homosexuales ellos mismos que ni persiguen a los gays ni los apoyan cuando están en apuros y, por último, los cazadores de brujas que, para ocultar su propia homosexualidad, se dedican a perseguir a los gays.
La década de 1990 fue particularmente dura para Alison. Padeció el hostigamiento y la indiferencia de la estructura eclesial, no sólo en Brasil sino en Bolivia y Chile, en donde vivió por temporadas.
"Me doy cuenta de que (en los hechos) no soy miembro de los dominicos y comienzo a intentar vivir sin apoyo del sistema eclesiástico. Me separé de la Orden de Predicadores en 1995, aunque ellos no hicieron el proceso legal sino 12 o 13 años después. El Vaticano acató el pedido de separación y me dejó como sacerdote. Resolví que la única manera era partir del lugar del no resentido. Publiqué un libro que se llama Una fe más allá del resentimiento: fragmentos católicos en clave gay".
Alison quedó en un limbo jurídico: es sacerdote pero no tiene un superior jerárquico. En la Iglesia católica eso se llama "clérigo vago" y es una anomalía para el derecho canónico. A James Alison, sin embargo, le da libertad para hacer y decir lo que quiera. En teoría, cualquier obispo podría "pedirlo" para su diócesis, pero Alison no cree que nadie se atreva a solicitar a un cura que es públicamente homosexual.
En 2008, Alison recibió una beca de la Fundación Thiel, creada para difundir el pensamiento de René Girard, y se instaló en el barrio República en São Paulo, Brasil, en donde había obtenido la residencia permanente desde sus estudios de doctorado. Alison vive en el corazón de uno de los dos barrios gays de esa ciudad de 18 millones de habitantes, que celebra el mayor carnaval del orgullo gay en el mundo, con tres millones de personas de acuerdo con cifras oficiales.
Hace veinte años Alison habría juzgado imposible lo que ahora se encuentra cada domingo a pocas calles de su casa: cientos de chicos gays y chicas lesbianas de 14 a 18 años que acuden a clubes conocidos como "matinés" para menores de edad, que funciona de las cuatro de la tarde a la medianoche. Se visten igual que los chicos de su edad que acuden a clubes heterosexuales e incluso la policía realiza operativos discretos para prevenir alguna agresión de grupos homofóbicos (cuando Alison tenía 15 años y visitaba bares gays en Londres, la policía los esperaba afuera para arrestar a los que estuvieran ligando).
"La total normalidad, la adorable aunque ligeramente histérica banalidad adolescente de todo esto es lo que parecería imposible [hace dos décadas]. A pesar de que los chicos de mi barrio son capaces de expresarse de una forma particularmente libre, el hecho de que su patrón de relación sea con personas del mismo sexo no parece ser, en ningún sentido, la característica más llamativa o importante de cuanto rige sus vidas", escribió Alison en un artículo intitulado "De la imposibilidad a la responsabilidad: apuntes para una pastoral católica gay", publicado en la revista Vida pastoral de la orden de los padres paulinos en México.
"Me encanta vivir en medio de esto. Me siento tan aliviado de compartir la sensación de libertad que viene con la ruptura de la imposibilidad. He llegado a deleitarme en el sonido imperdible de la risotada de una imperial drag queenbrasileña a las tres de la mañana, más estridente y aún más tierna que el más arrogante chillido de la cacatúa. Y sin embargo, en medio de mi privilegio de vivir en semejante barrio, tengo un enorme reto en cuanto a mi responsabilidad", escribió Alison. Además de la reflexión teológica, Alison se dedica a acompañar a un grupo de cristianos de la comunidad LGBT de su barrio en Brasil.
"Intrínsecamente malo"
Han pasado exactamente 30 años desde que James Alison entrara al noviciado dominico en el convento de Aguaviva, en las faldas del volcán Iztaccíhuatl. Es el martes 28 de agosto de 2012 y el padre Alison viste un elegante traje negro cuando participa como ponente en el coloquio "Teoría mimética y construcción de paz social" del auditorio San Ignacio de Loyola de la Universidad Iberoamericana, en la capital del país.
Entre su auditorio se encuentra el único obispo de la orden de los dominicos en México, Raúl Vera López, el mismo que en 2011 recibió un regaño del Vaticano por hospedar dentro de la diócesis de Saltillo a la Comunidad de San Elredo, un colectivo de gays y lesbianas católicos, inspirado en los textos de James Alison. El sacerdote británico inicia su ponencia con estas palabras, dirigiéndose a Vera López:
"Por si no fueran pocas las ocasiones en que te he dado motivo de vergüenza, te pido aceptar mi ponencia como acto de agradecimiento […] Quise aprovechar la fecha para decirte en público que en estos treinta años sólo van en aumento la gratitud y el orgullo que siento por tu presencia hermana en mi vida, por participar contigo del proyecto de vida cristiano".
Al terminar la mesa de discusión, Alison se dirigió a Vera López, le dio un abrazo y le preguntó, entre broma y veras: "¿No te avergüenzas de mí?", a lo que el obispo de Saltillo respondió con una carcajada.
Raúl Vera López es un caso peculiar en la Iglesia por su pastoral para grupos gays. Oficialmente, para la jerarquía católica, me explica Alison, los actos homosexuales son intrínsecamente malos. "Tienen que describir a la inclinación homosexual, lo que nosotros llamamos el ser gay, como un desorden objetivo". Lo entrevisto el 27 de agosto y el 2 de septiembre. "Yo me quedo con la definición del ser gay como una variante minoritaria no patológica dentro de la condición humana. En el momento en que la Iglesia católica conceda esto se cae toda su estructura de poder: tendrían que reconocer que existen relaciones gays que pueden ser de mutua edificación. En las relaciones heterosexuales, eso haría imposible mantener el vínculo indisoluble entre lo procreativo y lo unitivo. A partir de la aceptación de lo gay como una variante minoritaria no patológica, se les cae todo el esquema", me dice durante una de nuestras conversaciones.
—¿Pueden pasar siglos antes de que eso ocurra? —le pregunto.
—No lo sé. La jerarquía en diversos países está en una guerra campal contra el matrimonio igualitario y en todas las jurisdicciones están perdiendo fea y gachamente, en parte porque la inmensa mayoría de la población católica lo acepta. Pienso que se va a resolver de manera generacional. Si eres un jerarca de 70 a 80 años, significa que fuiste adolescente cuando era muy difícil hablar de esas cosas. Aun es posible cierta buena conciencia en tu clóset. Pero es cada vez menos posible para quienes tienen ahora 40 o 50 años.
—Aunque el Vaticano escoja a los más sacerdotes más conservadores como obispos —continúo.
—La realidad sobrepasa esos límites. En esta generación hay gente que nunca ha estado en el clóset. A ellos les resulta incomprensible por qué hay que estar en el clóset para agradar a Jesús. Cuántos obispos y curas homosexuales no sufren de represión actualmente. Todo esto provoca un malestar muy profundo a nivel personal y colectivo. Yo creo que dentro de la próxima generación se concederá a nivel de la Congregación para la Doctrina de la Fe (uno de los brazos del Vaticano, antes conocido como el Santo Oficio) que por lo menos no es hostil a la fe quien sugiere que el ser gay es una variante minoritaria no patológica. Estamos más cercanos a eso de lo que parece.
—Un ex seminarista gay me decía: "la Iglesia católica es el lugar ideal para ser homosexual: vives entre hombres y eres respetable en la sociedad".
—En los últimos 50 años ha cambiado esta fórmula, de que la Iglesia era el mejor lugar para las personas gays. Hace 50 años era muy difícil y violento ser gay, muy vulnerable al chantaje y la violencia. En aquel tiempo los aires de gran duquesa eran tratados como si fuese cosa eclesiástica. Pero la sociedad ha cambiado y eso ha puesto a la Iglesia en problemas. Significa que aquel mundo eclesial que era de una hipocresía blanda, ha llegado a ser cada vez más un mundo de un chantaje emocional muy fuerte. En el momento en que la honestidad es posible afuera, la falta de honestidad al interior de la institución se convierte en un yugo.
—¿Eso ha impactado en la crisis de vocaciones que padece la Iglesia? —le pregunto respecto a la escasez de candidatos al sacerdocio.
—No tengo duda. La gente que trata de vivir honestamente adentro de la Iglesia [como homosexuales] son perseguidos, entonces para qué están ahí, si ya tienen la suficiente estructura emocional y sicológica para sobrevivir afuera.
El evangelio en clave gay
Alison ha aplicado el vislumbre girardiano a la interpretación del evangelio, lo que le ha permitido distanciarse de la lectura del Dios que manda a su hijo, el Cristo, al sacrificio para satisfacer su justa ira, una visión dominante en el mundo protestante y en algunos sectores del catolicismo. Para Alison, en cambio, la violencia de la crucifixión aparece como puramente humana.
Al dejarse sacrificar, Jesús exhibe la violencia de los humanos y ofrece su vida como una provocación para que esa misma violencia se supere. Jesús deja de ser el chivo expiatorio —que le daba estabilidad al pueblo de Judea— para convertirse en una denuncia de ese mecanismo de sacrificio del otro. La enseñanza que deja la crucifixión es que cada vez que crucifiquemos a alguien es posible que estemos sacrificando nuevamente a Cristo, dice Alison.
En la teoría girardiana, la existencia del chivo expiatorio impide, además, que se formulen preguntas científicas. Mientras tengamos brujas a quien echarle la culpa del granizo, jamás nos preguntaremos qué provoca que lluevan piedras de hielo. Por ello también Alison hace un llamado a evitar la actitud victimaria.
En su conferencia en la Universidad Iberoamericana del 28 de agosto pasado, Alison calificó a la auto-victimización como "un sentido chatarra". Los que se victimizan basan su reconocimiento en la violencia del otro, dijo. Y convocó por eso a construir un sentido que no dependa de la reactividad, que esté dispuesto a la pérdida de reputación y de la pertenencia. "Únicamente quien no tenga prisa para la sobrevivencia puede darse el lujo de habitar el tiempo de la indiferencia", dijo Alison.
—¿Qué te dice como teólogo el hecho de que Jesús haya incorporado a su grupo a los marginales de la sociedad como a los publicanos (recaudadores de impuestos), prostitutas y leprosos? —le pregunto en una de nuestras conversaciones.
—Va de manera contraria a cualquier tentativa a crear un grupo de los buenospor contraste con los malos. En ese sentido el evangelio es evidentemente gay-friendly [amigable con los homosexuales]
—Has hablado de ir más allá del resentimiento para construir una teología gay.
—Ha sido mi experiencia personal, como de mucha gente, quedarse resentido y agobiado por actitudes de constante crítica y menosprecio frente al lenguaje hiriente de algunas autoridades eclesiásticas, que hablan de nuestros matrimonios como si fueran entre cucarachas. Una reacción muy común es el resentimiento y una enemistad obsesiva. El gran peligro del resentimiento hace que el obstáculo sustituya el proyecto. Y podemos quedarnos obcecados en el obstáculo y eso termina secando la imaginación. Si uno se deja definir por el mal que te hace, entonces vencen los que te quieren mal. Es dar hospedaje a tus enemigos. A ellos no les molesta pero a ti te hace sufrir. Me parece muy importante superar el resentimiento.
—¿Cómo concilias ser homosexual, ser sacerdote y ser célibe?
—En cuanto al celibato, no tengo ningún compromiso. Para la autoridad eclesiástica el ser gay es un desorden objetivo, un heterosexual defectuoso. Una vez que descubrí que esto es falso, también descubrí que había emitido mis votos bajo conciencia falsa. Y ningún voto emitido bajo conciencia falsa es obligatorio. La Iglesia sabe esto muy bien, pero también sabe que no puede decir: 'Dios te ha liberado la conciencia de la enseñanza de la Iglesia' (ríe). Es una contradicción para ellos. Si tuviera la dicha de tener una pareja, que no tengo, no tendría ningún problema. No tengo pareja por incompetencia personal, no por un mandato religioso.
EMILIANO RUÍZ PARRA pasó los últimos dos años escribiendo un libro de perfiles de los disidentes de la Iglesia católica: 'Ovejas negras. Rebeldes de la Iglesia mexicana del siglo XXI' (Océano), que se publicará en noviembre. En el transcurso de su investigación fue tachado de demonio, hereje y masón, y también ensalzado como instrumento del Espíritu Satánico de los sacerdotes más progreso.